Jordi Boldó

De ida y vuelta

2011-2017

"Hay en medio del bosque un claro inesperado que sólo puede encontrar aquel que se ha perdido"
Tomas Tranströmer

¿Valdrá la pena angustiarse tanto? A fin de cuentas todo lo que hacemos sale como debe de salir, y lo peor que puede pasar es que salga mal; y aun así, no pasa nada.

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Si repaso lo que he pintado en la vida, veo que casi siempre he hecho lo mismo. Al principio no tenía las ideas tan claras, pero ya estaban ahí. Desde mis primeros trabajos, lógicamente más ingenuos, ya se percibía la intención. Ahora, mi pintura denota algún "progreso"; es evidente que tengo más recursos y experiencia, pero esencialmente es lo mismo; como dicen, la misma gata, pero revolcada. Muchas veces quise cambiar, romper con lo anterior, pero invariablemente volvía a lo de siempre, aunque claro, nunca era igual. Lo que sí ha cambiado mucho con el tiempo, son mis intenciones y preocupaciones creativas. Hoy tengo más dudas, más preguntas que respuestas, y, sobre todo, una enorme confusión.

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En esta nueva serie me hice el propósito de no intelectualizar demasiado, para qué. Sólo me dejé llevar y logré un extenso conjunto de piezas totalmente despreocupadas; del tema, del concepto, de la técnica, del afán por cambiar; de cualquier cosa. Sin esperarlo, me vi envuelto en un entretenido proceso que me volvió sobre mis pasos hasta recuperar olvidados alientos creativos. De ahí su título, De ida y vuelta, que sugiere un regreso a la inocencia y naturalidad original que se fue desvaneciendo en mi pintura con la práctica y el aprendizaje. Serie que viene a ser un nuevo ensayo sobre la memoria (tema recurrente en mí los últimos años), y que, bien mirada, más que un retroceso, bien podría significar un importante avance.

Es probable que por la mentalidad dominante, este conjunto corra el riesgo de ser señalado de ingenuo, simplón o anticuado. Es cierto que lo inspira una particular candidez que le aleja de las propuestas contemporáneas, y que revela cierta añoranza por la pintura abstracta del siglo pasado. Incluso, podría interpretarse como una obra crítica e irónica de los nuevos ideales estéticos y culturales. Pero no es así. Lo cierto es que estas piezas muestran lo que soy en este momento, etapa en la que me interesa más escarbar en mi interior, que explorar los excesos, la pedantería y la banalidad del arte de nuestros días. No podría ser de otra forma; toda producción está determinada por la realidad que la envuelve; uno pinta como vive, como lo que es, ni más ni menos, y yo, no soy la excepción. Creo que mis mejores piezas —las más próximas y personales— son aquellas que mejor reflejan esta idea.

En este trabajo recupero buena parte de mi vena más informal e irreverente, incluso irracional. Me percato, además, de la cantidad de veces que me he complicado absurdamente en aras de una justificación conceptual. Y digo absurdamente, porque yo nunca parto de un concepto, más bien, elaboro series intuitivas a partir de un tema; cosa que es muy diferente. Mientras pinto, no pienso mucho, ni tengo nada en claro; las ideas van surgiendo poco a poco, sobre la marcha. Cuántas veces me dije: voy a hacer tal o cual cosa, y luego no funcionó. Cavilar demasiado me paraliza, me impide avanzar, y aunque reconozco la importancia de la reflexión y la autocrítica, confío mucho más en la intuición. Una cosa es teorizar, otra, reflexionar sobre lo hecho —que es lo que yo hago. Después de esta serie me queda más claro que de poco sirve justificar mi pintura; que sólo debo de pintar y pasarlo bien. Tener que explicar mi trabajo es muy fastidioso; qué sentido tiene reseñar mi pintura, o querer apuntalarla teóricamente, cuando nunca —ni siquiera— me ha preocupado el resultado, menos agradar. Para mi lo importante es hacer cosas que me gusten, y lo que yo hago, por decirlo así, es una pintura egoísta, que lo primero que busca es la satisfacción personal. Perdón por el descaro.

De ida y vuelta es lo que se ve, y sólo eso: un conjunto de piezas sobre vinil reciclado y collages realizados con viejas pinturas también recicladas. Pienso que todo reciclaje es bueno por definición. En un mundo de recursos limitados y necesidades abrumadoras como el nuestro, desperdiciar es un delito. Lo reciclo todo, basura —por supuesto—, pero también, obras terminadas, lienzos, dibujos, grabados. Tarde o temprano, lo que hago, pierde sentido y me vienen unas ganas irrefrenables de destruirlo para transformarlo en otras piezas con un nuevo significado.

Gracias a esta serie vislumbro la posibilidad de empezar a desprenderme de opresivas ataduras, como lo son, el trabajar siempre dentro del rigor de una serie, o tener que acreditar todo lo que pinto con argumentos lingüísticos. Serie que llega en un buen momento —justo cuando más cansado y perdido andaba—, pues me ayuda a recuperar el gusto por pintar y me vuelve a hacer disfrutar con la simple experiencia visual. Serie que representa un reencuentro con el rito de pintar y sus formas más primitivas de expresión y me deja en inmejorable postura para resistir la manipulación y presunción de los planteamientos contemporáneos. Posicionamiento valiosísimo para decidir si sigo yendo, o emprendo el viaje de regreso. Posición, que, incluso, ofrece la extraordinaria posibilidad de recorrer simultáneamente las rutas de ida y vuelta. Punto desde donde se puede mirar toda la preferiría antes de emprender nuevos proyectos —no precisamente series. JB