De la afinidad a la no-figuración en la pintura de Jordi Boldó se desprenden un grupo de tópicos en oposición, con los que, a manera de ejes, es posible delimitar la superficie conceptual en la que transita la manera particular de abstraccionismo de este
artista. Las tensiones que sostienen a esta construcción, sin embargo, no son necesariamente dramáticas; de aquí que la pintura mantenga un equilibrio prudente entre el expresionismo abstracto y el abstraccionismo lírico, hablando de manera
esquemática.
Ya desde el título de la exposición, De cuerpo presente, puede advertirse una vaga alusión a la figura, al objeto; además, otro guiño, la palabra cuerpo forma parte de los nombres de cada uno de los cuadros. No obstante, lo que
el espectador encuentra son superficies contrastadas de color, texturas atrayentes, variaciones de una posición compositiva, pero ningún cuerpo propiamente dicho.
Más que dónde está el cuerpo, habrá que preguntarnos qué se entiende por cuerpo. La reflexión consiguiente nos invita a hacernos bolas con cuestionamientos acerca del cuerpo como objeto de representación, o el cuerpo como figura,
o la visión pictórica que toma cuerpo, o la incompatibilidad del lenguaje visual con la palabra. Acaso se intenta subrayar que a través de plasmar una idea en un lienzo, ésta se objetualiza, adquiere cuerpo.
Otro de los ejes lo forma la dualidad entre el esquema compositivo y la participación del azar en el tratamiento de la pintura. A pesar de lo informal, y del aparente geometrismo involuntario de las zonas principales de cada cuadro,
se advierte un meditado acomodo espacial de las diversas áreas, cuyos límites contrastantes delimitan cuerpos que quieren escapar de la geometría.
Un planteamiento compositivo que se repite en varios de los cuadros es el de una línea virtual que divide verticalmente al lienzo en dos mitades, ocupando con frecuencia la parte central superior con una zona mayor de color en
contraste. Sin embargo, Boldó nunca cae en la simetría; la falta de rigidez de las formas, que nunca son un cuadrado ni un triángulo estrictos, o la sutil aplicación de una pincelada, rompen siempre el equilibrio, creando un movimiento
interno continuo en cada obra. A esto se añade también el esmerado tratamiento matérico de los cuadros. Aún en donde el artista permite a lo aleatorio tomar parte, todo está bajo control. Pero hay una preocupación especial por la textura
de cada obra (de aquí el empleo de técnicas mixtas). Este tratamiento, logrado luego de años de experimentación, permite por un lado que el material se exprese por sí mismo, con una relativa autonomía del lenguaje; por otro, esconde la
energía que obliga al espectador a permanecer frente al cuadro.
En la pintura de Jordi Boldó, pues, se advierte una elaborada asimilación de varios maestros abstractos (Klee, Tapies, Gorka, Rothko), a través de una propuesta particular en la que intervienen lo conceptual, lo matérico, lo geométrico,
y la pasión por la pintura.