Jordi Boldó, de pasión la llama aún Luis Carlos Émerich Novedades, 14 de junio de 1991 La ausencia de figuras reconocibles en la pintura informalista implica la presencia del espíritu solo y sus formas de asentarse.
Tendencialmente, la obra pictórica de Jordi Boldó no tiene pierde; es una opción personal dentro de la tradición informalista catalana que sólo le ha faltado el respeto al orden de la naturaleza, para hacerse de sugerencias fantásticas
esencializadas del surrealismo, en pos de una poética visual capaz de encontrar equivalencias espirituales en la materia y el espacio de la pintura. Su opción personal proviene de la fuente figurativa que no bastó para abarcar la intensidad
de la sensación abstracta, de la vivienda real que trasciende la anécdota, el motivo, el lugar y el tiempo, para volcarse en una forma de memoria, en un objeto, en una pintura a la que le salen sobrando las “palabras”. Esta poética visual,
probablemente romántica, nace de la comunicación directa de la mano con las sensaciones del color, su trazo y su orden en un espacio originalmente vacío, mudo. Esto no quiere decir que no se apliquen rigores cromáticos y compositivos.
De hecho, la asimilación consciente de las normas pictóricas permite la destreza para que todo esto no sea un mero batirete. El logro de una intención formal precisa depende de la concentración y concertación convincente de los elementos.
De esto resulta a veces algo inexplicablemente bello, cuando es el orden y no el caos el que domina tal concertación. Sin embargo, ¿en qué medida o por qué principios sabe uno que la intención cuajó?. Ese es el chiste de la comunicación.
Cada cuadro o tema tratado en varios, propone una lógica de lenguaje, o como dirían los sesudos, un discurso o línea interna de que depende su congruencia.
Chole
Muchos dicen que ya chole con el informalismo, que ya dijo todo y que lo demás es mero pastiche oportunista incapaz de concretarse a la realidad. Pero desde el momento en que por definición, el estilo es por sí mismo una realidad,
entonces en su nombre se pueden seguir explorando inquietudes personales al respecto. ¿Qué tiene Boldó qué decir que no se confunda con el montón de informalistas mexicanos? Y ¿Por qué esa terquedad cuando la moda es la neofiguración,
el neoconceptualismo y otros neos y refritos?. Tal vez, precisamente el rigor que se traduce a seriedad, a hecho genuino, que hace que sus cuadros sean veraces. Su destreza salta a la vista. Boldó es “económico”; hace pocas manchas muy
masivas y matizadas y las hace girar como una galaxia aleatoria respecto a un núcleo que, se diría, es una contrapartida al hoyo negro cósmico, un vacío preñado, de algún modo “humano”, donde muchos quisieran adivinar alguna forma o figura
reconocible, desde un ojo amorfo, una cama un espacio “muelle”, un centro de emanaciones respecto al cual gravitan materias desprendidas de él. Aquí hay sensaciones atmosféricas, un clima de apariencia agreste, muy fuerte, que se resuelve
en una dinámica armónica. El movimiento de manchas es imparable, sin fin, y aún así, agrada, porque a veces una raya furtiva, la inminencia de una figura quizás, hace intuir algún signo o señal como referencia mínima a una forma de escritura
primitiva, un intento tal vez perdido de comunicación instintiva, de alguna manera erótica.
Todo lo mencionado podría ser lugar común de esta tendencia; es decir, previsualizado. Así que la distinción individual de la pintura de Boldó habrá que ampliarla al “tipo” de sensaciones que produce en el espectador, también
individual. O sea que esas composiciones “anulares” tengan un campito emocional para asociarlo con la propia experiencia bajo el estímulo de su colorido. Muy pocos tonos, calientes matizados, juegan al contraste con fríos fuertes, con
transiciones de mezclas que mantienen un buen nivel dramático o vivaz. Sobre todo, cuando el trazo se sintetiza y flota sobre el blanco vacío de la tela. El espacio permite ver el esqueleto gestual y su gracia, así como la contención equilibrada
de los elementos en juego. Así que cada quien.
En realidad
En realidad, hay pintura a la cual le salen sobrando las palabras que uno pueda proyectar por su provocación. Boldó es un pintor “bien hecho”, muy consciente del nivel necesario de su expresión. Su buena factura no sólo significa
sobriedad a veces, estallido otras, sino un gran rigor que persigue su propio “discurso”, desarrollarlo de un cuadro a otro, que como el de todo buen buscador, implica experimentación, ganas de descubrir sus posibilidades futuras y, sobre
todo, descubrirse como pintor sin importar los caminos que haya que recorrer. Al decir que es informalista, no se intenta meterlo en una corriente para poder encuadrarlo bajo sus leyes, sino que la naturaleza de su lenguaje ha optado por
la libertad de serse fiel a sí mismo, esto último quizás asimilado de la influencia maestra de Vicente Rojo y la identificación con sus admiraciones plásticas y conceptuales, que una vez lo guiaron por la disciplina del diseño gráfico,
que sigue ejerciendo. Sin embargo, y quizás contradictoriamente, no es la obra plástica de Rojo un tip para su contemplación, sino el escape de la meticulosidad apasionada de éste, para dejar salir vivita y coleando la pasión más pura
y fresca, dándole otro norte a su sensibilidad