Jordi Boldó

Lo irreparable es el hastío

Román Luján

"El hombre no puede soportar demasiada realidad"
T.S. Eliot


El verso de Gonzalo Rojas que sirve de título a este texto, coincide felizmente con el vitalismo que discurre en la pintura de Jordi Boldó, quien desde el inicio de su trayectoria ha tenido la consigna de producir sin interrupción series pictóricas que dialoguen entre sí, atesorando al vuelo cada descubrimiento para depurar sus recursos expresivos y volver tangibles sus preguntas, a través de la curiosidad lúdica y la reflexión a posteriori del acto creativo. En tal sentido, dicha tenacidad productiva refleja que la inmovilidad, la ausencia de cuestionamientos estéticos represente el hastío, la frontera opuesta a su impulso marcado por el lirismo y la autoexploración desprejuiciada.

Esta persistencia en renovarse se manifiesta con ambición y contundencia en su reciente serie, La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas, conjunto vastísimo que revela una intensa reflexión sobre el paso del tiempo por los objetos, las emociones que estos evocan y, sobre todo, la coexistencia de múltiples ángulos de percepción, la suma imposible de ideas y sensaciones que lo creado genera.

La obra de Boldó surge de una progresiva transformación de lo inmóvil en dinámico, así en el tiempo como en el espacio. Alteridad de la materia sobre la superficie del cuadro. Parálisis del grito. En cada una de sus composiciones un segmento del mundo queda fijo un instante —colibrí suspendido en el descanso de sus alas— para emigrar sin anuncio hacia otro escenario relativo, que por obra de apenas un guiño, se proyecta renovado hacia otro ámbito. Alternancia de velocidades y pausas, flujo de huracanes sobre el tablero de los años. Isla mental donde es posible el juego de la memoria y el desafío de la premonición.

A través de la arritmia y cadencia de la línea, del esgrafiado irregular pero decisivo, del cromatismo dramático unas veces, sosegado otras, de la impredecible distribución de objetos de bulto; en otras palabras, a través de la sorpresa que la libertad creativa provoca en sus espectadores, se evidencia que la realidad es el crisol que las miradas atraviesan, que las sensaciones se empalman y superponen como serpientes en un pozo, que la alquimia del arte sucede al fusionar el agua con la tierra, el fuego con el aire, el ojo con sus flechas. El espíritu trabaja en dar a las cosas su atmósfera inconclusa, móvil; mientras el tiempo, ajeno a las tentativas del hombre, reorganiza la materia, da sustancia perdurable a lo creado.

Con frecuencia, en presencia de una obra abstracta nos preguntamos a qué se parece, cómo se vincula con nuestras referencias conocidas o cognoscibles; buscamos la figuración, el rasgo que le imprima nitidez a nuestro asombro. Pocas veces admitimos que lo creado existe por sí mismo, se justifica intrínsecamente, que no se parece más que a la partícula de realidad que alude, si hay alguna, y en este sentido, más que limitaciones, lo creado muestra la esencia de las cosas, sus rasgos más escarpados o sutiles. Boldó cuestiona el dilema entre figuración y abstracción. Sin abandonar el flujo del abstraccionismo, se apropia hábilmente de ciertos rasgos figurativos cuando le es necesario. Esta apertura modela con fluidez la obra, evidenciando la depuración de su lenguaje. De esta manera, la presente serie resulta la más desprejuiciada del artista, la más arriesgada en la fusión de rasgos informales con elementos propios de la figuración, la más rica en impulsos divergentes, la más libre.

El uso de la serie como recurso de acumulación expresiva permite al artista fragmentarse en tantas piezas como emociones simultáneas o consecutivas lo habiten; focalizar paisajes interiores a medida que surjan de su mano, expandir o contraer la conciencia en un punto, retornar hacia la infancia del asombro, proyectar la mirada hacia lo venidero; en suma, desdoblarse en un mundo sitiado entre lo posible y lo fantástico. Ante ello, el espectador ha de confeccionarse ojos de mosca para explorar las significaciones que revela cada fragmento, hasta recrear la serie en su conjunto. Los signos que amparan este discurso se renuevan constantemente, reinterpretan lo inmutable para ofrecernos un prisma de alternativas, donde cada variación es concebida por su antecesora y poliniza a su descendiente. Invocación a la genealogía de las pasiones, juego de espejos en que la energía creadora se distiende hasta la frontera de su significación, sin agotarse. Ámbito donde lo microscópico y lo panorámico irrumpen en la ebullición de la materia.

Al igual que el personaje de Carroll, que adapta su lógica humana a las condiciones del país maravilloso, ya que de ello depende su entendimiento y supervivencia, el espectador de esta serie deberá permitir que su percepción se reconstituya sin tregua, a fin de percibir que la realidad no es cierta, falsa o pura, sino híbrida, heterogénea. Con similar conciencia de un relativismo que es apología de la diversidad, Wallace Stevens escribió los siguientes versos: ”Esto es verdad en el norte, puede ser mentira en el sur “.

El artista expone la realidad desvelando las capas sucesivas de la materia, hasta llegar a la epidermis original, a su conformación más antigua, donde los conceptos flotan libremente. Parábola de lo tangible o inanimado que adquiere por el trazo su cualidad mudable, su propensión a crecer o disminuir. Así como al raspar un muro reconocemos las manos de pintura que en él se sucedieron, o al observar el corte transversal de un tronco estimamos la edad del árbol por su número de anillos, así también, mediante rugosidades o tersuras, escurrimientos o palabras inequívocas, y sobre todo, mediante pintura en capas superpuestas o ”puras“, libres de fusión cromática, reconocemos en este repertorio pictórico el flujo del presente —su hoguera o calcinación— en las cosas que hemos visto o imaginamos.

Después de tales aproximaciones, me aventuro a lanzar una interpretación sobre la estructura conceptual de la serie. Aunque la pintura de Boldó no se caracteriza por el seguimiento de tópicos, por ensayar temáticas determinadas, con frecuencia propone conceptos dentro de una atmósfera emotiva, pasional. El artista no intenta que prevalezcan sus teorías sobre fenómeno alguno, ni establecer argumentos morales o ideológicos que deban compartirse, sino exponer nuevas realidades en su naturaleza inexplicable, apenas delineada. Es así que sus últimas series se eslabonan, remitiéndonos a un corpus identificable en su conjunto pero diverso en sus partes. Así, en Diálogos se trasluce la indagación retórica, la fertilidad de acepciones ante una misma interrogante, las interrelaciones entre las ideas que llevan de la duda a la certeza o al enigma; de ahí que el artista haya elegido principalmente el tríptico para simbolizar dicho sistema de vínculos, el tránsito de las partículas del pensamiento como forma de tolerancia ante lo múltiple. En Lo contrario de las cosas se muestra el contraste entre los opuestos, y por ello, el pintor se vale del díptico. Finalmente, en La realidad de las cosas o Alicia en el país de las maravillas, Jordi expande su discurso hacia la multiplicidad de las percepciones. Esta visión plural convierte a la serie en un inmenso cuaderno de apuntes, en un mapa de ensayos sobre la experiencia adquirida a lo largo de toda su trayectoria.

Rasgo destacable es la extensión de la serie (sólo uno de sus tres polípticos llega a cuatrocientas veinte piezas) que la convierte en un diario descomunal de aciertos y fatigas, una bitácora de sismos sobre la variedad de matices del rompecabezas de la memoria. Este casi inabarcable espectro de posibilidades, alude metafóricamente a un extenso álbum fotográfico donde las imágenes se complementan o desarticulan, donde aparecen, incluso, las tomas veladas. Boldó genera símbolos, referentes articulables que se eslabonan poéticamente en un ámbito de plafones ágiles, por citar a Vallejo. Deja algunos elementos reconocibles y oculta otros en la marea o neblina del segundo en explosión.

La serie es, además, un ámbito donde se reúnen contradicciones, desencuentros, hallazgos, a través de la materia, del gesto, de la disposición espacial. Las capas, las retículas que abrazan los objetos, se superponen y entrelazan, haciendo de cada pieza un ámbito de piel que no oculta sus heridas. Discurso sobre la regeneración y decadencia, la voluntad cíclica de la materia, ya sea por obra de la naturaleza o por la mano del hombre. Muestra de lo imperfecto, de lo perpetuamente en construcción, del organismo en dispersión centrífuga que desearía corregirse, modelarse sin pausa ni equilibrio, pero que al final debe legar un testimonio, pronunciarse.

La extensión de este conjunto testimonia, asimismo, que el artista no rehuye los altercados, las variaciones, los malentendidos de su propio proceso; por el contrario, al pintar descubre las huellas de su impulso. En este sentido, en su obra no hay cabida para el arrepentimiento y la autocensura. La acumulación de manchas y despostilladuras en un muro, el polvo que se funde con resina en la corteza de los árboles, el código que ofrece una piedra recién levantada en el camino, el pedazo de acero encontrado en la calle, son imágenes que anidan en la memoria visual del artista, para quien la fuente elemental de la creación es el propio mundo observado por él y sus congéneres, trasladable a brillos y opacidades, a epifanías. La realidad de las cosas se revela como una disección, un desmembramiento frontal y sugestivo de la materia a través del gesto, una diatriba contra lo nuevo, contra la pureza. Si la plenitud de los encuentros reside en un mundo sin grietas, sin manchas, sin accidentes, Boldó renuncia a semejante plenitud inanimada, estéril; pero si la sustancia de las cosas dormita en sus aristas menos evidentes, en sus señas particulares, en sus equivocaciones, entonces reclama para sí un lugar en la traducción del mundo, a través del suyo propio, que se trasluce a la percepción de sus espectadores posibles.

Otro aspecto destacable de la serie es que la trasfusión de imágenes e ideas que el artista propone, siempre ocurre dentro del cuadro, sin conjeturas o explicaciones externas. Las particularidades de cada segmento surgen espontáneamente en la tensión de la superficie pictórica, configurando parte a parte la argamasa de la materia; de ahí que para explorar diversos planos de la realidad, el pintor deba generar varios fragmentos simultáneos, como forma privilegiada de discernimiento. Con los años, Jordi ha venido reconociéndose en la depuración de su técnica, sin limitarse a explorar nuevos tópicos, razón por la que pinta sin necesitar un estado anímico determinado, sin privilegiar una sensación o una experiencia sobre otra. No hay culpas ni retrocesos. La serie remite a la contemplación de la realidad con sus aciertos e imperfecciones, con su gracia y su vileza.

Ásperos horizontes, muros de fresca antigüedad, ovales esgrafiados como lazos, fragmentos de lámina herrumbrada, evocaciones infantiles, ceniza disolviéndose en la cera, ventanas en el piso, silencios geométricos, membranas luminosas, puertas que se abren de un soplido, diagramas cerebrales, una frase que incendia en sus vaivenes los segmentos: es mejor. Colisión de elementos o raíces genealógicas del mundo vistos por córneas de dragones. Remansos, pequeñas fortalezas que se erigen para detener un segundo al tiempo en estampida. La imagen que atesora un parpadeo, renace en otro, se derrumba; transita por los ecos, las caricias, va reuniendo a su paso árboles, atardeceres, párrafos leídos y soñados, rostros que arriban o se alejan. La abstracción precisa de asideros. No obstante, lejos de endurecerse las señales que flotan libremente, prevalece su continuidad, su cutis de arena movediza. Los acontecimientos de La realidad de las cosas se relacionan por la devastación y el renacimiento cíclicos (un gato se desdibuja en mitad de la sonrisa), en un sistema cuyas razones son incognoscibles para el observador y, más aún, para el creador, demiurgo que acostumbra sus ojos a la duda.

El hastío, lo irreparable. Vuelvo al verso de Rojas, al quehacer genésico y espontáneo del artista, lugar del que tal vez no haya partido, como si no pudiera afirmarse sino que la obra se antepone a los intentos de apresarla en circunloquios. ”Ahora me ves, ahora no me ves“, de nuevo el gato riente. Acaso no es posible rasguñar del aire algún silencio, guarida de lo múltiple, de lo inacabado que es el hombre. Mientras exista confianza en los designios de la materia y el anhelo de atemperar sus límites dentro del espacio pictórico, Jordi Boldó seguirá expandiendo el ramaje discursivo de su oficio, reconstruyendo el andamiaje de preceptos en que nos apoyamos para nombrar el mundo..