En la trilogía de Jordi Boldó, titulada Libertad, Justicia, Democracia, no hay que buscar más referencias concretas e inmediatas que la opción del pintor por expresarse mediante un lenguaje gestual matérico y su sensibilidad para asimilar los ecos de
la conflictiva social de su entorno —y a través de ésta las de todo lugar y tiempo—, como un estímulo creativo personal. [...] A diferencia de los alientos épicos de la pintura de este género, especialmente respecto a los del romanticismo
francés (Géricault y Delacroix, sobre todo) y mayormente antagónicos a los del muralismo mexicano, Boldó se ha aventurado a tratar su tema como lo que realmente es, abstracción, en un clima de intimidad e introversión, para provocar un
diálogo de tonos confesionales con la materia, el espacio y el color, como un todo capaz de obedecer a impulsos líricos y reflejarlos tan accidentalmente como brotan, se elevan, se afirman, se desvanecen o fugazmente culminan en su mejor
definición. Es decir, Boldó se aventura a descubrir imágenes de algo tan precario como inconmovible, antes que a ponerle nombre a una experiencia invocatoria sólo relacionable con la libertad, la justicia y la democracia en la medida que,
como apremiantes necesidades colectivas, acucian al fenómeno creativo. Invocando las fuerzas expresivas de un espacio y una materia latentes a la par y flexionándose en busca de equilibrio, tal vez Boldó experimentó hasta lograr la sensación
de sabiduría y dominio, para interrumpir sus alteraciones plásticas en el clímax, de modo tan flagrante y aparentemente indescifrable, tal y como se atenta contra el humanismo.
Luis Carlos Émerich