Estamos acostumbrados a esta existencia y a este mundo, y no sabernos ya ver por sus sombras, abismos,
enigmas, tragedias hasta el punto de que se necesita tener un espíritu extraordinario para descubrir los
secretos de las cosas
ordinarias. Ver el mundo común de manera no común, tal es el verdadero sueño de la fantasía.
Giovanni Papini
Habitamos un mundo desgarrado por la destructividad del nihilismo. Nihilismo es eso: voluntad de dominio concretada como imperio de la Razón técnico científica; muerte de lo sagrado; repudio al cuerpo y a la naturaleza; masificación de los individuos;
desdén hacia la sensibilidad; se trata, en fin, de la secularización logocéntrica de la experiencia existencial. Y los mortales padecemos, bajo el phatos del dolor y de la angustia, el hecho de la imposición de la ley de la renuncia sobre
el deseo. Pero queda todavía el arte. Constelación celebrativa, irredenta, capaz de conmocionar lúdicamente el desierto nihilista y de des-cubrir, en cualquier instante, el aura encarnada en lo profano. Si para los planificadores de la
tierra la materialidad es el objeto servil, anulado/anulable en nombre de la afirmación del Sujeto totalitario, si es sólo un simulacro instrumental, ello obedece a que lejos de conservar la entraña específica de la materialidad, con su
sensación y su magia irreductible, anulan ésta en la nada. Para el arte, por el contrario, la materialidad, lo profano, contiene un substrato indomeñable, libertario, sacro, enigmático. Percibimos así que entre el ataque nihilista y la
recepción del arte se dirime el conflicto irreconciliable entre dos visiones de lo real; en el nihilismo, el del sacrificio "purificador" —ataque de la nada sobre el Ser— y, en el arte, la apoteosis celebrativa que provoca el retorno de
lo irredento.
Hablamos ya de las pinturas de Jordi Boldó. Habrá que desplegar el arco iris de las sensaciones y desplegar velas redentoras en las cicatrices del mundo. Abrir el cuerpo. Unir la red de los sentidos con el tejido cromático intuitivo
plasmado por el pintor, tan cerca, tan cerca que se alcanza a penetrar la otra cara del mundo. La cara oculta, el origen, lo no utilitario, un origen herido por el uso brutal perpetuado por ideologías brutales, herido pero dispuesto a
resistir. Son señales, signos, campos tonales, texturas, marcas, huellas, impresiones, manchas, síntomas, trazos, también geometría. Habría que agregar: buen gusto, elegancia, resonancias lunares.
La obra de Jordi Boldó impide, en efecto, la clausura de la otredad; aunque ahora la otredad tenga que manifestarse apartada, calladamente. Género: ¿Arte abstracto? Nada de eso: sino la sensación de la cosidad percibida en el
instante de su des-ocultamiento. Existe un modo de suscitar la sensación: la lírica del color. Un color que participa de la mesura, e invita a la mirada a ser cómplice del silencio. Técnicas mixtas, territorio de pasta delimitado por zonas
circunscritas, todo vibrando en la intemperie, como paisajes interiores afectados por la presencia insoslayable del afuera. Una revelación profana, en soledad, donde el tiempo instrumental revierte en una suma de instantes inasibles. Los
contornos y los colores que sostiene el afuera son entonces como fragmentos de un todo invisible. Hay no obstante un circuito, un puente abierto entre lo que aparece y lo que se oculta. Obras. Cruce ante los sentidos de lo grandioso y
lo insignificante, lo caído, lo placentero, incluso la materia arrojada a la basura, al ras de la vida cotidiana. Asombro es la palabra.
El conjunto de las revelaciones profanas indica pues que los objetos singularizados que están en el punto de partida de cada obra —objetos encontrados casualmente en el tránsito de cualquier mortal, gastados por el cliché o por
el uso, objetos ordinarios en suma— se desvanecen librándose sólo de su perfil superficial, mas no de su densidad. Eso es lo que ahora importa: aprehender la huella de cada objeto, lo indeleble, aquello que por ser hermético impide que
forma representativa alguna lo contenga. Digamos que la ausencia de representación le permite al pintor, paradójicamente, calar en el contenido substancial de la cosidad. Habrá que señalar además que la revelación, mediante la cual lo
profano recupera su profundidad abisal, exige desembarazarse de la rutina, romper toda codificación, asir las sensaciones inscritas en las cosas e integrarlas a las sensaciones del observador; lo que emerge como resultado es la inscripción
de lo sentido antes que de lo reflexionado.
Suma. Resta. Grado cero. Riesgo que genera sus propios riesgos. Pinturas sobre planchas de offset, pinturas sobre tela. Poética del sentimiento, concretada en la experiencia del objeto huido. Conjura de la amenaza de los poderes
totalitarios que, a la izquierda o a la derecha amenazan al planeta. Colores íntimos siempre, espacios densos e indivisibles, esfumados; frutos de la espera, la cosecha, el recogimiento. Pinturas que incluyen lo que el tiempo de la indigencia
que nos ha tocado vivir quisiera desechar: la exaltación, la errancia. Como emplazar la vida en el encuentro de lo iluminado en la época de la negra noche del mundo. Su gratuidad, su improductividad, obras que son gasto sin rendimiento.
Algo persiste: el exceso, la diferencia; cada cuadro en lo suyo, fuera de protección normativa alguna, pues lo que en definitiva nos abre al horizonte de la plástica, es el haberle dado entrada al azar, juego por tanto del desamparo, digamos,
adentro y afuera. Ensimismamiento. Aventura.